La alegría ser ser insignificante

Despierto antes del amanecer. Es una mala costumbre la que tenemos de forzar el comienzo de los días. Se apodera de nosotros y es todavía peor cuando en el estado de letargo, cuando las defensas están bajas y se cuela en el templo sagrado de nuestra mente en estado de descanso un pensamiento de trabajo. No sé a vosotros, pero a mi eso me despierta de cuajo.
Así que tras poner en orden las ideas y el plan del día me levanto y corro la cortina para ver que hoy toca de gris y con lluvia oblicua. Fina y con viento.
En el coche y tras cada visita lebvnto la cara al cielo para recibir su regalo en forma de agua. Justo el día en el que yo he decidido salir a correr después del trabajo. Y no me entendáis mal, no me importa mojarme cuando corro. El problema está en que donde pretendo correr está lejos de mi hotel y cerca de mi hotel (un polígono industrial) correr no es lo más sugerente.
Al mediodía cambia la situación y aunque no se deja ver el sol, éste sí da una claridad extra a las nubes, que ya no se licúan sobre la ciudad. Para cuando llega la hora de terminar de trabajar, el sol rompe ya el cielo y deja caer sobre la tierra su luz blanca. La de los atardeceres de otoño y primavera. La que aviva los colores de la naturaleza. La que resalta las flores del prado; el prado del mar; el mar del horizonte; el horizonte del cielo tocado de nubes grises, blancas, altas, bajas… La luz que define los colores y llena la vista de sensaciones que crecen y crecen.
Llego al parque de la Torre de Hércules y empiezo a correr hacia ella. Cuesta de granito y el antiguo faro romano contra el sol es una sombra negra. Imponente creación de la que sale un viento que ayuda a dejar toda frustración atrás e invita a llegar a su base para posar la mano en su costado. Tocarla transmite fuerza. Uno no es nada a su lado y sinembargo fue creada por seres como nosotros, que no siendo nada dejaron allí su impronta para cientos de generaciones.
Corro por caminos de tierra y no puedo evitar girarme, pararme, abrir los brazos y hasta gritar contra el viento. ¿Un loco? Un poseso diría yo. El sol cae lentamente sobre el horizonte iluminando los acantilados, la espuma de las olas que rompen contra la costa, los prados verdes en los que brotan las flores de este tiempo. Allí donde se posa la mirada se descubre un nuevo rincón. Una  nueva sensación que se añade a la anterior. Demasiados estímulos. Otra vez la sensación de ser demasiado pequeño para captar todo lo que me rodea. Demasiado insignificante. Y esa insignificancia me hace sentirme grande y orgulloso. Grande por poder sentir tanto. Orgulloso por estar presente en el momento y dejarme llevar por las emociones.

Hoy he ido con la intención de correr. He corrido y me llevo algo mejor. Un momento impreso en mi mente. Un descubrimiento. La sensación de sentirme vivo. VIVO.

Vivo.