Tertulia figurada

Como atletas colocados en los tacos de salida, Fistro y el resto de contertulios esperan en tensión a que la presentadora les de la palabra. Empezar la batalla es un punto a favor y para eso, nada mejor que un argumento polémico y algo ambiguo. En esas lides Fistro es el rey. Inicia la disputa con una retahíla de críticas a todo lo que se mueve. Su lengua viperina y su eléctrico cerebro le dan la ventaja necesaria en un medio tan precipitado como la televisión.
Habla de los tuercebotas que tantos goles fallan e ira despiertan y sin solución de continuidad se lanza contra los correveidiles de la oposición política. Es un tiburón. Un camaleón. Una nueva especie e animal televisivo.

Los directivos de la cadena se frotan las manos. Los daños colaterales se compensan con creces con la subida de audiencia y contratos de publicidad. Pero de pronto todo se desmorona. Fistro se revuelve en su poltrona y decide atacar la mano que le da de comer. Sus perlas van ahora contra sus propios jefes. Él es la estrella y ellos unos chupatintas. Cual perro rabioso es sacrificado. Silenciado y ninguneado, es él quien ahora recibe las críticas de quienes hasta la fecha reían sus gracias.
Las hordas de espectadores pronto olvidan a su otrora ídolo mientras reciben de otra lenguaraz serpiente herciana su dosis de basura catódica.

Y yo me pregunto: ¿Merece la pena?