Vueling, o cuándo se corrompe una propuesta

Cola vueling

Estaba yo haciendo una de las frecuentes colas a las que Vueling me acostumbra (y digo Vueling, porque es la compañía con la que vuelo casi el 100% de las veces, pero en los aeropuertos veo que todas las compañías lo hacen a otras personas, así que entiendo que es algo generalizado) cuando empezó a surgirme una concatenación de pensamientos enlazados. Empezando por tratar de entender el porqué de mi sensación de disgusto, de incomodidad, ante esa enorme cola del animal prehistórico que es El Mostrador de Facturación.

Resulta que Vueling, que no me permite en una reserva comprar billetes para mí y para mi hija, por ser yo residente insular y ella no, me obliga a obtener la tarjeta de embarque de ese animal prehistórico. No han tenido en cuenta esta casuística en sus múltiples aplicaciones digitales que tanto insisten en que nos instalemos y usemos. Pero bueno, esta, como decía Moustache en Irma la Dulce, «es otra historia», así que vuelvo a mis razonamientos peregrinos:

¡Cómo es el hombre, la humanidad!
¿Cuándo alguien percibe que puede mejorar lo presente y se plantea, por ejemplo, lanzar una compañía aérea nueva? Una que mejore precios y que comunique capitales españolas y también otras capitales de otros países europeos. Que sea low-cost, pero simpática. Que facilite a un sector de la población viajar en mejores condiciones (desde el punto de vista de la calidad/precio, o sea: precio).

Siempre, o casi siempre, hay una razón positiva, que busque mejorar la vida de todos, cuando alguien idea una nueva empresa, ¿verdad? Aunque sea desde un punto de vista egoísta, como puede ser el «voy a aprovechar que he encontrado un nicho de mercado y lo voy a explorar», siempre habrá clientes que necesiten, quieran o les convenga lo que ofrezcas. Siempre positivo, que no decía Van Gaal.

Y pienso yo: ¿cuándo esas buenas ideas para ayudar a la sociedad se convierten en impedimentos para conseguir lo que se quiere? ¿Cuándo el propósito de acercar personas entre capitales españolas y europeas, se convierte en la necesidad de meterlos como sardinas en lata en sus aviones, para ser lo suficientemente rentable? ¿Cuándo el lenguaje amigable y desenfadado de sus anuncios y mensajes, se convierte en colas de presuntos tramposos que quieren colarse en el embarque y que te empujan con sus maletas, en plazas de asiento sin espacio para las piernas para que pagues un extra por 10 centímetros más? ¿Cuándo se pasa de pensar en los clientes a pensar sólo en cómo sacarles más dinero? ¿Cuándo se llega a la conclusión de que ellos, los clientes, no se enteran y si los incomodas podrás conseguir luego más de ellos? ¿Cuándo pasamos de personas a portadores de billetes? ¿Cuándo se decide que ya no es importante mejorar la vida de la gente, a que sea su dinero el mejore la tuya?

«El capitalismo salvaje», me decían. Sí, seguro que es eso. ¿Pero cómo puedo no ser su esclavo cliente?