Un café cualquiera |
Uno no deja de sorprenderse de las conversaciones que se escuchan en las cafeterías de una mañana cualquiera. Esta vez un grupo de señoras que, tras dejar a los niños en el colegio y recibir la clase de pilates, se juntan en una mesa a compartir su cotidianidad. Hoy tocaba las vacaciones.
Después de que el camarero dejase los cafés en la mesa, la señora del chandal rosa y pendientes de oro inició la conversación. Narró a sus conocidas como en aquel pueblecito casi desierto consiguió todos esos adornos y antigüedades a precio de risa. Llena de gozo, presumió del cuasiengaño que había perpetrado. Todas alabaron su hazaña y envidiaron poseer todos esos abalorios que recordasen lo bien que lo hubieran podido pasar. Una no es líder de la cafetería porque sí.
Otra cogió el testigo. Era la más joven del grupo y vio la oportunidad de poner una pica en Flandes sacando su teléfono, de pantalla tamaño ventana, donde enseñaba todas las fotos de los sitios que había visitado con su orondo marido. Cárcel tecnológico que mantiene cautivos los momentos y los convierten en sucedáneos de lo que en realidad fueron esos instantes. Fue un delicioso crucero por el Mediterráneo. La misma pose con la pierna derecha ligeramente adelantada, cabeza ladeada al lado contrario y sonrisa de anuncio. Detrás cambiaba el monumento, paisaje, adorno, estatua o edificio. Su viaje fue un placer lleno de lugares exóticos que sus fotos llenas de pixels y sonrisas así avalaban.
Se hizo un breve silencio, tal vez por la sensación de duelo al sol entre las dos supuestas amigas que pugnaban por ser la más interesante del grupo. El silencio lo rompió al fin la más veterana. Ella, que estaba recibiendo las miradas escrutadoras de sus supuestas amigas por la medio sonrisa que mostraba y su mirada ausente, volvió a la Tierra y tras otro minuto que se hizo eterno habló. En ese rato y ese minuto evocó la sensación que tuvo cuando bajo una fina lluvia que apenas mojaba, paseaba por la orilla del mar sintiendo las frescos golpes de un mar relajado y relajante; revivió el placer de aquel sushi comido torpemente con palillos por primera vez en su vida; Recordó la satisfacción de sentirse presente y consciente de su vida en aquella semana en la visitó su ciudad natal. Así, dijo: «Perdí mis tarjetas de crédito y se rompió mi cámara, así que sólo fui y estuve.»
¿No estamos demasiado obsesionados con poseer o presumir? ¿Acaso no puede ser más importante vivir el momento y disfrutarlo? Sentir, vivir, disfrutar.